En la acuarela "Jesús y sus discípulos", el agua se despliega en una danza de tonalidades que invitan al alma a una reflexión profunda. La imagen captura un momento de serenidad y propósito, donde Jesús, con su presencia luminosa, guía a sus discípulos en la barca. Los anzuelos que se lanzan al mar simbolizan una misión sagrada: la pesca, no solo de peces, sino de almas.

Los anzuelos, dibujados con delicadeza, se convierten en metáforas de esperanza y fe. Cada uno representa un acto de entrega, un intento de conectar con lo divino y traer a la superficie lo que yace oculto en las profundidades. Así como los pescadores confían en que el mar les proveerá, nosotros también debemos confiar en que nuestros esfuerzos, guiados por la mano divina, darán fruto.

San Agustín, en su sabiduría, nos recuerda la importancia de esta misión espiritual al decir: "El que dijo a Pedro: ‘Apacienta mis ovejas’, también dijo: ‘Echad vuestras redes para pescar’. Los apóstoles fueron llamados a ser pescadores de hombres, y esto no se logra sin esfuerzo ni fe". En esta cita, San Agustín nos insta a adoptar el papel de pescadores de hombres, a lanzar nuestros anzuelos al vasto mar de la humanidad con la esperanza de guiar a otros hacia la luz de Cristo.

La barca, un símbolo de la Iglesia, navega en un mar que refleja tanto la calma como la tempestad. Los discípulos, con sus rostros llenos de devoción, observan a Jesús, su guía y maestro. En este acto de pesca, no solo buscan llenar sus redes, sino también sus corazones, con la gracia y la verdad que solo Él puede ofrecer.

La acuarela nos invita a contemplar nuestra propia misión espiritual. ¿Qué anzuelos estamos lanzando al mar de nuestras vidas? ¿Estamos dispuestos a ser pescadores de hombres, a buscar y rescatar las almas perdidas con paciencia y amor? En la quietud de la barca, junto a Jesús y sus discípulos, encontramos la respuesta: debemos confiar en la guía divina, echar nuestras redes con fe y esperar con esperanza el milagro de la pesca abundante.