






Trazos
Trazos
La luz es una criatura y tiene como una de sus cualidades el color. Al aire es otra criatura y tiene como una de sus cualidades la forma. Tanto la luz como el aire están en movimiento e interactúan. Se puede decir del arte de Paulo Medina que siempre busca el estilo que es propio para él en cada etapa de su vida, y también que, como dijo el historiador de arte Alois Riegl, “Cada estilo procura una rendición fiel de la naturaleza y nada más, pero cada uno tiene su propia concepción de la naturaleza”.
En trazos la figura es geométrica, fractal, propia de los patrones a nuestro alrededor en la creación no humana, pero también es figura en un sentido que podría parecer más fantasía, más aleatorio. En lo primero, la obra pictórica en trazos es afín y análoga a los vitrales en la iglesias católicas –a cantidad de diseños de las partes o el todo de tradiciones arquitectónicas muy diversas–, al afán de la caligrafía y el arte geométrico en las mezquitas, así mismo en sus jardines, incluidas las fuentes, a las mándales del hinduismo y budismo; en lo segundo, sus temas, pareciera, son los tejidos, de nuevo dados en la naturaleza y en el cuerpo, desde membranas o tejidos vegetales y animales –bajo microscopio o a simple vista–, hojas, moluscos o formas de nubes, hasta las telas y tejidos finísimos que son hechura humana. Importa poco que sea lo uno o lo otro, así como importa poco si imita, recrea o asemeja lo propio interno corporeo o es percepción del mundo externo –incluido el cuerpo– y, así, sensorial. De cualquier manera, es, y nos otorga, el sentido de las cosas.
Soy entusiasta de la obra Medina, a qué negarlo. En su obra digital subrayo sólo dos aspectos que me asombran, que quizá son valores compartidos con el artista: su luminosidad pero, también, la profundidad de esa misma luminosidad, su naturaleza de capas, como cuando por ejemplo una está a cierta profundidad del mar y mira hacia la superficie o mira hacia el fondo. Es raro decir esto de un arte cuyo soporte –pregunta, me parece, obligada aquí– es información binaria, asunto de unos y ceros. Lo cual no es tan distinto de hablar de óleos y barniz, o del hombre como suma combinatorio de unos cuantos elementos.
Esta obra resuena para mí con Klimt y Mattise, en menor medida con Kandinsky. No es al action painting de Pollock, aunque supongo que todo arte es respuestas fisiológicas y neurológicas, y, como queda evidente en mucho del expresionismo abstracto, tiene un carácter gestual. Si en Pollock es el ritmo corporal, como una grafía de todo el cuerpo, y un cromatismo intuitivo, en Medina, es más asunto de diseño, del color y las forma, sus alcances de composición e improvisación. Los colores van desde tiernos y suaves, como acuarela, hasta audaces, eléctricos y con un fondo negro. Existe en esta obra una afinidad entre lo artesanal y el arte, en el que no se distinguen los objetos domésticos – joyería, bordado, marquetería, todas las técnicas en vidrio o barro–, lo decorativo y el objeto decorado y las grandes obras, como ha sido el caso en muchas épocas, incluido el renacimiento italiano. Luego, desde niños buscamos, pareciera de modo innato, la figura en lo que vemos: insectos de largas pata y alas como avispas, por ejemplo. Hubo una sola imagen que me pareció oscura, levemente perturbadora. Lo orgánico y lo biológico se hacen presentes en el diseño, invención, fantasía. ¿Y cómo no? ¿Cuándo han ido separados la Creación y la creación, el Creador y el creador?
Será interesante ver como la imagen en la pantalla se traslada a la página impresa. En todo lo anterior, no sólo el orden de los factores sí altera el resultado, sin que, tambien y más importante, el todo es superior a la suma de sus partes. ¿Quién es capaz de crear una brizna de pasto ex nihilo? Termino con un tema –un misterio– muy trabajado en la tradición cristiana ortodoxa, la sobreabundancia de la creación, la belleza de lo infinito.
Roberto Ransom